Abril - Flipbook - Page 31
Nº 23 abril 2025
Eclipse lunar (1)?
Ángel Pérez Canpos
Estar sentado en aquel
sillón le daba la paz y el sosiego
que necesitaba en ese momento.
Vislumbraba que todo estaba
cambiando muy rápidamente, la
cuerda de su reloj ya no giraba, el
final estaba próximo. Sus codos
apoyados en los brazos de
madera hacían que sus manos,
huesudas de piel ceniza, se
entrelazaran a la altura de su
pecho. La pierna izquierda,
cruzada encima de la derecha, oscilaba al ritmo del tic-tac del viejo reloj de péndulo que tenía al
lado. Su figura hierática, fría e inexpresiva y un poco distante, asemejaba más a una talla pétrea
que a un ser animado. Hundidos en sus cuencas, sus ojos cansados, observaban todos aquellos
objetos amontonados en el centro de la gran sala. Su cabeza se movía despacio, de izquierda a
derecha y de derecha a izquierda, y todo lo que veía le traía a su memoria pasajes y paisajes de
una historia, de un pasado que era en sí, su vida. Cubiertos por plásticos opacos y sábanas viejas,
las estanterías, las mesas, las urnas con animales disecados, los cuadros de pinturas de personas
ilustres, fotografías, menciones honoríficas, los viejos tomos de enciclopedias, el viejo esqueleto
en su soporte, las sillas y los antiguos pupitres, los fósiles, la vieja bola del mundo, etc., todos,
desde su enfoque, eran un montón de objetos viejos, sin orden, desubicados. Pero a pesar de ello,
todo y todos estaban enlazados, todos tenían memoria.
Una cuadrilla de pintores acababa de terminar las dos enormes salas destinadas, en un
futuro próximo, a ser el nuevo museo de aquel vetusto instituto. Notaba que aquel sillón de
despacho, en el cual estaba sentado, se ajustaba a su cuerpo como un molde, quizás porque había
sido su compañero de viaje, en las alegrías y en las soledades, durante más de 25 años. Madera de
roble americano y giratorio eran sus principales y raras virtudes para la época en que se había
fabricado. Se había cruzado en su vida en el tanatorio de lo que no sirve y de lo que no tiene arreglo.
Su amigo Juanillo, el herrero y el mecánico para todo, le había quitado aquella pieza defectuosa
que soltaba bolitas del cojinete según se movía y le había colocado otra parecida de una grúa
manual, de la conservera, que habían dejado abandonada en un patio. Juanillo era un manitas y le
llamaban frecuentemente cuando, de las fábricas y molinos de aceite de la zona, tenían problemas
con las nuevas máquinas que llegaban sobre todo de las Vascongadas y Barcelona. Aunque no tenía
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