Abril - Flipbook - Page 32
Nº 23 abril 2025
muchos estudios, Juanillo sí tenía una curiosidad infinita de cómo funcionaban y por qué, la
mecánica de las cosas, le gustaba todo lo que le hacía pensar, disfrutaba dándole sentido a todo lo
que no tenía explicación. Todo lo guardaba, lo que servía y lo que no, siempre pensando en una
segunda oportunidad. Otro amigo, Pedro, el astilero, le ayudó a aliviar aquella cojera de una de sus
cuatro patas en forma de estrella, con una pieza de madera de olivo cortada y colocada con
maestría.
Aquel sillón había estado en el despacho soportando las posaderas del jefe de estudios
correspondiente durante más de 30 años y, cuando ya no pudo más, lo propusieron para ser
hoguera de chimenea. Pero como estaba inventariado y nadie sabía muy bien cómo darlo de baja,
lo depositaron en un almacén, en un rincón del olvido, para que el tiempo, el polvo y la polilla
hicieran su trabajo. El entonces director del instituto aprovechó la coyuntura e hizo una jugada
maestra: donó el suyo, que era exactamente igual al damnificado, al jefe de estudios y, ya de paso,
propuso comprar otro de mayor categoría y comodidad para él. De esta forma, aquel sillón
reparado, más una mesa de escritorio, pasaron a formar parte del cuarto del bedel o portería.
La portería se situaba en la antesala justo después de la entrada principal al colegio. Era
una sala cuadrada con una pequeña ventanilla que daba al pasillo, un sitio estratégico por donde,
por fuerza, pasaba el que entraba y el que salía. Sin embargo, durante los años en que Ramón había
ejercido como bedel del instituto, la pequeña ventana apenas se había abierto, solo en días de
mucho frío y en momentos puntuales que había que tener cierta discreción, la puerta de la portería
se cerraba. A la derecha de la mesa, una taquilla de madera donde guardaba sus batas, una gorra
de plato que nunca usó, una bota ortopédica de repuesto y unas cuantas herramientas para alguna
chapuza urgente. A la izquierda, un pequeño encerado donde anotaba todos los quehaceres del
día siguiente, los cuales iba borrando según se acometían. Enfrente de la mesa, dos sillas de enea
por si eran necesarias. Y a su espalda, colgadas, unas vitrinas donde se ordenaban todas las llaves
de las aulas y estancias del instituto. Más arriba un crucifijo de madera y el cuadro con la imagen
del Jefe del Estado. Las vitrinas, la taquilla y los cuatro cajones de la mesa estaban siempre
cerrados. Ramón custodiaba esas llaves, más la de la puerta principal y la de la propia portería,
como algo personal, en un aro metálico que colgaba del ancho cinturón de cuero de su pantalón.
Por el cuarto pasaban los proveedores de todas las vituallas necesarias para el centro: los
del material de limpieza, material escolar, personal de mantenimiento, el cartero, y también
padres de alumnos que se acercaban a ver a sus hijos de algún pueblo cercano o cualquier tipo de
visita no concertada con el director. Aunque no estaba entre sus cometidos Ramón lo anotaba todo
en una libreta de entradas y salidas, incluso el importe de presupuestos y facturas de los
proveedores, el dinero que recogía y con el que pagaba. Cualquier cosa que entrara o saliera dejaba
su huella en la libreta de Ramón. Después, todo lo fiscalizaba el secretario del centro. Cuando
Ramón hacía sus rondas para cuidar el orden fuera de las aulas o para repartir la correspondencia
del día entre los profesores, el tintinear de las llaves al chocar unas contra otras y el chirriar de la
ortopedia del pie izquierdo al caminar por los pasillos y dependencias, le hacían previsible y
ubicable en todo momento. Eso era motivo de burla entre algunos alumnos, lo sabía, pero no le
importaba. Su semblante serio y seco, mirada tensa, de pocas palabras, hacía que lo respetaran.
Él, se encargaba de abrir y cerrar todos los días, era el primero que entraba y el último que salía, y
así fue durante todos los años que estuvo ejerciendo de bedel, a no ser por fuerza mayor o festivos
de guardar. Hasta que un día todo se acabó: sin que él se hubiese preparado para ello llegó uno de
los momentos más duros de su vida, le comunicaron que tenía que dejarlo.
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