Diciembre 25 - Flipbook - Page 25
Revista cultural año 2025
EL REMOLINO
Antonio Jesús Morante Pineda
Segunda parte
Al lado del viajero estaba Laertes, le grita algo pero el fulgor de la batalla no le dejaba
escuchar nada; él ve que señala algo, entonces la vio, como si un reflejo divino la iluminara
en medio de la batalla. Estaba preciosa, llevaba una cota de malla de acero que deja ver
su figura perfecta; no es muy alta por lo cual en ciertos movimientos de la batalla se
camuflaba entre sus propios compañeros. Se percató que había perdido el casco en medio
de la refriega; desde su distancia no podía ver esos ojos marrones que tanto le gustaban,
pero estaba seguro de que era ella. Luchaba sin descanso, derrotando a uno aquí, otro allí.
El corazón se le paralizó al ver quiénes eran esos soldados ; iban vestidos con túnicas de
lana, color rojo, de mejor calidad y más larga que la de los soldados que antes habían
eliminado , y con los bordes teñidos de dorado ; también llevaban una gálea, un casco
montefortino fabricado de bronce con refuerzos en la parte superior y protecciones en el
cuello , junto a una cresta transversal de crin de caballo , una armadura lorica hamata que
era una cota de malla de anillas de hierro con bordes decorativos ; sobre esta llevaban un
paludamentum, una capa militar de color púrpura abrochada con una fíbula de plata ; el
calzado era caligae, sandalias militares con tachuelas metálicas. De armas llevaban un
gladius que era una espada larga y mortífera, un pugio, que era un puñal corto, y un
scutum, un escudo grande ovalado; finalmente llevaban una lanza, pero esta eran pocos
soldados la que todavía la conservaban. El viajero supo al momento de quién se trataba,
de centuriones veteranos y tribunos militares; supo que el mejor guerrero de los romanos
estaba entre ellos y estaba dispuesto a cobrar caro su pellejo. Volvió a mirar a Laertes en
la confusión del combate; a lo lejos venían hacia ellos otro grupo de enemigos y se les
había unido los guerreros que ayudaron a vencer al otro grupo antes.
Laertes le miró y con un susurro que pudo entender perfectamente leyendo sus labios dijo:
— ¡Lucha, viajero! — Con las mismas le empujó sacándolo de la formación y ocupando él
su lugar. El viajero aprovechó y corrió como si su vida dependiera de ello, corrió con todas
sus fuerzas. A su alrededor solo había destrucción, cuerpos por allí y por allá, casas
quemadas y charcos de sangre, tal cantidad que la tierra era incapaz de tragar. Siguió
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