Diciembre 25 - Flipbook - Page 33
Revista cultural año 2025
Descargaron todos los bultos y despojaron del aparejo a Lucero para, acto seguido,
meterlo hacia las cuadras. Se quitaron el barro de las botas y nos sentamos todos alrededor
de la chimenea. La oscuridad de la noche ganaba terreno al día y se empezaron a encender
los primeros candiles cerca de aquella gran mesa, dando su temblorosa luz amarilla a la
creciente penumbra.
Mi tío Miguel me preguntó si ya tenía preparada la pandereta. Le respondí que no,
preguntándole: —¿Por qué, tito?
—¡Cojollos! —me respondió. —Mañana es Nochebuena y pasado Navidad. ¡Tenemos que
cantar muchos villancicos, así que vete ensayando!
Todos soltaron una carcajada, mientras yo me quedé pensando en lo que me había dicho.
—¿Es que no te acuerdas del año pasado? —me preguntó mi primo Miguelín. —Este no se
enteró de nada, cogió un trancazo con calenturas el veintidós y no lo soltó hasta después
de Reyes —le respondió mi madre, y aprovechó para decirme: —Bueno, Angelín, dime, ¿tú
cuándo te vas a bañar, ahora o mañana temprano? Tus primos y tu hermano ya lo hicieron.
Me quedé pensando y le respondí: —La semana que viene, mamá. Todos volvieron a reír
a carcajadas.
—¡Mira qué espabilado! —dijo mi madre, con un tono más firme. —Pues mañana te
despierto temprano y te baño. Piensa en acostarte pronto, porque mañana hay que hacer
muchas cosas.
La miré, perplejo y con los ojos muy abiertos. Mi madre, ya muy seria, me enumeró los
planes: —Mira, niño, mañana lo primero es ir a ver a los abuelos, a la tía Francisca y al tío
José. Y no sé si también veremos al tío Antonio y a la tía María, que quieren acercarse con
los primos. Y, después de eso, tenemos que preparar la comida y la cena.
Mi padre se levantó rápidamente y se fue escaleras arriba, donde estaban nuestras
habitaciones. Al instante bajó con una caja entre las manos. La reconocí: era una de las
que venían encima de Lucero, junto con los sacos de los panes. La apoyó en la gran mesa
de la cocina, junto a las cantareras.
—Creo que es el momento de abrirla ya, ¿no? —dijo mirando a mi madre. —¡Vamos, niña,
ábrela tú, que a ti se te da mejor esto!.
Como verdaderos resortes, mis primos y mi hermano saltaron de las sillas para rodear la
caja. Yo me había quedado petrificado en la chimenea, confundido. Mi padre me animó:
—¡Pero vengaaaa!
Cuando llegué a la mesa, mi madre estaba junto a la caja con unas tijeras en la mano, pero
los primeros puestos ya estaban ocupados. Mis primos y mi hermano rodeaban aquel
objeto sin perderlo de vista, con los ojos muy abiertos. Mis tíos y mi padre, que sonreían,
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