Julio 2025 - Flipbook - Page 40
Revista cultural año 2025
amparo al instante, pero después, al día siguiente, un frío helador, una soledad gélida lo consumía
y lo arrinconaba en una desesperación que le hacía renegar de la vida misma. El párroco dudó en
cristianizar a aquel niño que parecía más la imagen de un esbirro del infierno que un ser humano,
por lo que optó por hacerlo en secreto, un día fuera de los servicios eclesiásticos. Su suegra percibió
que los grandes males de Santiago venían por aquel niño deforme y decidió llevárselo a su pueblo,
a su casa de La Rambla, para apartarlo de su padre, por el bien de todos.
Durante siete años, Santiago no volvió a ver a su hijo, no quiso verlo, intentando pensar
que lo ocurrido había sido un mal sueño. Pero la realidad iba a volver, y la desgracia lo visitó de
nuevo. Su suegra murió repentinamente y se vio obligado a recoger al hijo deforme que no había
visto en tantos años. Al verlo, percibió que su imagen era aún más insoportable; se desengañó
porque se había ilusionado con que Santi podría haber cambiado para encajar en aquel mundo de
alguna forma, pero no fue así. Su cabeza peluda se redondeó un poco, pero mantenía sus
deformidades; sus ojos estrábicos y nerviosos parecían más los de un animal que los de un niño.
No articulaba palabra, parecía que gemía cuando quería decir algo. Sus rodillas tropezaban al
intentar caminar, era zambo, su descoordinación le hacía caer a los pocos metros de iniciar la
marcha. Su columna torcida y la prominente joroba al lado derecho transmitían la visión de un ser
contrahecho, producía rechazo y a la vez pena. Santi, con su sonrisa permanente y torcida, lo que
deseaba, lo que pedía, era amistad, jugar, proximidad, un poco de cariño y que no lo miraran con
desprecio, con miedo.
Cuando Santiago se quedó solo con él, se vino de nuevo abajo. No podía soportarlo, no
sabía qué hacer ni a quién pedir ayuda. Empezó a frecuentar de nuevo las tabernas y los ambientes
donde se jugaba a las cartas y el engaño estaba a la vuelta de la esquina. Lo ataba con una cadena
en el sótano y le dejaba una escupidera y un poco de agua. Cuando volvía borracho de madrugada,
la imagen era dantesca: Santi estaba lleno de excrementos y orines, en una atmósfera
nauseabunda. Santiago, al verlo, lloraba desconsoladamente mientras cogía cubos de agua fría y
se los tiraba para sacar toda aquella inmundicia, aquel hedor. Después lo soltaba y lo lavaba más
minuciosamente, y mientras lo hacía, Santi se abrazaba a su padre de una manera tan tierna que
lo desarmaba; sus gemidos y llantos incontenibles se ahogaban entre los muros de aquel sótano
oscuro.
Su patrón tampoco encontraba solución a aquella situación. Lo citó en varias ocasiones y
le expuso a Santiago lo difícil que era aquello para él a nivel personal y también para su empresa.
Sabía que no iba a encontrar un trabajador tan especializado como él, pero se vería abocado a que,
si no abandonaba esa vida, tendría que dejar el trabajo y, por ende, la casa. Como no entraba en
razón o no tenía fuerzas para hacerlo, su patrón habló con el cura Don Eusebio, pues sabía de su
bondad y caridad, y le comentó la decisión que muy a su pesar había tomado. — Don Eusebio, ¿qué
podemos hacer ahora? Me pesa esto y quería saber si, ya que usted es parte la beneficencia del
pueblo, puede mover algunos hilos para que al menos se puedan alojar donde sea durante un
tiempo. Lo siento muchísimo, creo que hice todo lo posible para evitar este momento, pero la
empresa de la cerámica debe continuar y otro encargado debe hacerse con el puesto de trabajo de
Santiago.
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