Julio 2025 - Flipbook - Page 41
Revista cultural año 2025
-Don Eusebio, el Ángel RojoNo concebía su fe sin la implicación
directa en la ayuda a los más desfavorecidos: a
los marginados, a los que habitaban en los
extremos de la pobreza. Su dedicación no se
limitaba a observar; sus manos, su voz, sus
desvelos y su entrega estaban dirigidos a ofrecer
soluciones a la tragedia de muchas personas que
no sabían a dónde acudir. Siempre actuó de la
misma forma. Su vocación misionera lo llevó
hasta África, donde permaneció casi veinte
años, hasta que unas fiebres lo incapacitaron
para continuar su labor de llevar la palabra de
Dios junto a su trabajo a aquellas comunidades.
Regresó al pueblo con cuarenta y cinco años,
después de unos años lidiando con aquellas
fiebres. Se quedó como auxiliar de la parroquia y del resto de iglesias del pueblo: daba misa en las
Agustinas y en el asilo, visitaba a los enfermos y asistía a los demás sacerdotes en momentos
puntuales en que sus funciones los superaban, ya fuera por enfermedad o cualquier otra razón.
Aunque su físico denotaba una vida de sacrificio, tampoco era de cuidar demasiado su imagen. La
sotana raída, descosida, mal abotonada y el alzacuellos sucio, sumado a que no se peinaba y solo
se afeitaba una vez a la semana, eran prueba de ello. El párroco y el resto de sacerdotes le llamaban
la atención, pero su inquietud y su brega constante, enfocada en dar soluciones rápidas a los
problemas de las personas, le producían una amnesia temporal a todos esos comentarios. Solo
entraba en razón cuando se lo pedían las monjas del asilo, que le lavaban la ropa y le exigían que
se aseara.
Algunas veces confiaba más en sus manos que en esperar que las oraciones le dieran
soluciones, por eso se remangaba la sotana para ayudar a arreglar los tejados de los hogares de los
pobres o del asilo, o acompañaba a las monjas a hacer curas complicadas. Tampoco le importaba
coger una canasta para pedir alimentos caritativamente en los puestos de la plaza, la cual repartía
o llevaba al comedor social que la iglesia disponía para cocinarla él mismo. Harto de tanto sacrificio,
entendió que su trabajo era insuficiente para aliviar mínimamente los problemas de pobreza de la
gente. Necesitaba ayuda y qué mejor manera que de implicar a los diferentes agentes sociales de
la población tratando de convencerlos desde el humanismo y no desde el la fe cristiana. Así que,
de la noche a la mañana, cambió de estrategia. Sacó la sotana más decorosa que tenía, puso su
mejor cara rapada, se arregló el pelo y afiló su lengua para que su labia fluyera con agilidad. Se
disponía a derribar un muro, quería juntar los extremos. Vincular en una asociación benéfica civil
a personas para que trabajaran y aportaran de alguna forma soluciones a los problemas de los más
desamparados. Sería muy difícil, sobre todo por tratarse de una asociación de naturaleza no
religiosa. Pero tuvo un gran éxito: logró aglutinar a todo tipo de gentes, organizaciones, cofradías,
estamentos oficiales y empresas de diferente signo y sensibilidad. Este hecho indignó al párroco
Don Anastasio y a muchas beatas del pueblo y, "por arte de birlibirloque", le acarreó una
amonestación del propio obispo. —Don Eusebio, yo no tengo tiempo ni para mí, por favor, usted
debe gestionar y guiar esta asociación. Yo solo pondré mi firma cuando usted me lo diga por las
circunstancias que concurren, pero yo no puedo dar más —le dijo Doña Carmen, la profesora del
instituto, cuando la nombraron presidenta. —No te preocupes, Carmen, yo no puedo figurar como
41