Julio 2025 - Flipbook - Page 43
Revista cultural año 2025
Carmen consultó a varios médicos e incluso llevó a Santi para que lo examinaran por su
mudez. Era imposible: sus cuerdas vocales estaban dañadas e irrecuperables. Pero lo que Ramón
descubrió fue increíble: mientras le daba clases de conocimientos generales a su padre, comenzó
a acercarse a Santi y se dio cuenta, de un modo casi predictivo, de que podía comunicarse con él.
Lo tomaba de las manos, le hablaba, le contaba cuentos. Santi atendía e incluso se emocionaba. Al
final del día, lo abrazaba y él le transmitía su gratitud. Ramón le contó esta historia a Elvira y a
Carmen, lo que los llevó a una conclusión: el cerebro de Santi estaba sano, captaba y absorbía
todos los estímulos que se le ofrecían. Esto, al principio, fue un desafío que los activó y motivó a
encontrar la fuerza para darle a Santi la oportunidad de sentir, de abrir su mente a nuevos espacios
donde pudiera desarrollar su personalidad.
Tres años después, Santiago ya ejercía de sepulturero y su vida, de cierto modo, se había
estabilizado. Tenía su casa, que le ofrecía cobijo, y un trabajo que les daba sustento. Al principio
fue duro, pero también se dio cuenta de que la desventura iba por barrios y que el sufrimiento y la
desgracia tocaban de forma arbitraria a personas y familias, sin importar si eran ricas o pobres.
Esto no curaba sus heridas ni le consolaba, pero sí le abría los ojos a su realidad, permitiéndole
afrontar la vida con entereza y sin autocompasión. Ahora, quería seguir adelante con fuerza, sobre
todo por su hijo.
Santi, a sus doce años, aunque no articulaba palabra, ya podía leer torpemente algunos
cuentos. Don Higinio le había regalado un pequeño encerado que colgaba de su cuello cuando se
desplazaba, y con él se comunicaba con los demás. Su progreso había sido meteórico: aunque cogía
los lápices y tizas de una forma poco convencional debido a sus dedos retorcidos, con maña y unas
ganas tremendas de comunicarse, conseguía hacerlo con presteza. El cariño que había desarrollado
por Ramón le sobrepasaba; siempre estaba esperando que apareciera por la puerta. Cuando sabía
que venía, ya tenía escrito en cuartillas todo lo que quería contarle, no quería olvidarse de nada.
Ramón le traía libros infantiles que, con el tiempo, fueron subiendo a juveniles, y Santi los devoraba
lentamente. Mercedes y Elvira se acercaban de vez en cuando a ver a Santiago por si necesitaban
algo; de paso, adecentaban un poco la casa, le cortaban el pelo a Santi y, sobre todo, les hacían
compañía durante unas horas. Santiago, en agradecimiento, les daba verduras y huevos.
Aquel día después de enterrar a Carlota, la madre de Los Talegas, Mercedes se dispuso a
hacer una visita a Santi. - ¿Y no te da miedo el niño ese?, dicen que es el hijo del demonio – le dijo
una mujer que le había acompañado al entierro. Mercedes no le dijo nada, solo le esbozó una
sonrisa y levantando la mano se despidió. Cuando llegó a la casa Santi estaba sentado al lado de la
ventana, con la mirada fija en el horizonte. – Hola Santi, ¿Cómo estás? -, el la miró y cogió su pizarra
para escribir, - Bien -, - ¡¡Uy!!, que