Julio 2025 - Flipbook - Page 44
Revista cultural año 2025
Santiago por él. – Lleva unos días tristón, no me quiere decir nada, pero yo sé que la marcha de
Ramón a Granada le ha tocado, lo ha afligido, está como perdido, ojalá se le pase pronto –
-Un viaje inesperadoAquel verano de 1935, el sol incandescente transformaba los cuerpos en objetos pesados
y sudorosos, inútiles para cualquier actividad. A pesar del calor sofocante del 2 de agosto, Rodrigo
se acercó al pueblo. Necesitaba llamar a sus padres, quienes disfrutaban de unos días en Sanlúcar.
Don Fernando, su padre, le pidió que se acercara con un coche; deseaba que todos estuvieran
juntos con los abuelos maternos al menos una semana antes de su regreso. Esa misma tarde,
Rodrigo se dirigió a casa de Ramón para hacerle una propuesta. Días antes, Ramón le había
comentado la idea de que le acompañara a Córdoba para comprar ropa nueva para su próxima
estancia en Granada. Pero Rodrigo se agarró a la necesidad de Ramón para proponerle: - ¿Por qué
no me acompañas?, tu no conoces a mis abuelos -, le dijo Rodrigo a Ramón. - Así sales un poco del
pueblo y te despejas. Pero, antes de ir a Sanlúcar, pasamos por Sevilla. Nos quedamos dos o tres
días en casa de mi abuela; la oferta de sastrerías allí es mucho mayor que en Córdoba. Cuando
tengamos la ropa, nos vamos a Sanlúcar y nos quedamos una semana y media -. Ramón dudó: - No
sé Rodrigo, si es conveniente que me encuentre con Elena -. - No temas por eso -, lo tranquilizó
Rodrigo. - Elena está de viaje con unos amigos de la universidad y no se la espera -. - Pues si es así,
no me importaría -, respondió Ramón, - así conozco a tus abuelos y a su famosa biblioteca -. - ¡No
sabes el alegrón que me acabas de dar, Ramón! -, exclamó Rodrigo. - ¿Qué te parece si salimos
pasado mañana muy temprano para evitar el calor diurno? -. - ¡Genial!"-, respondió Ramón.
El viaje fue una prueba de resistencia.
Aunque salieron temprano, un sopor denso y
pegajoso se aferraba al ambiente, solo soportable
por la brisa que se colaba por la ventanilla del coche.
Sin embargo, el paisaje que se desdibujaba a través
de ella no ofrecía consuelo. La miseria se desplegaba
cruda en cada pueblo que cruzaban. Hombres y
mujeres, convertidos en siluetas demacradas y
silenciosas, marchaban en interminables hileras por
la carretera, camino al trabajo de la siega. Sus
cuerpos, extremadamente delgados, sus ropas
harapientas y la mirada perdida de algunos,
delataban un decaimiento profundo, como almas en
pena que vagaban sin esperanza. A ambos lados de
la carretera, las casas, más que viviendas, parecían chabolas ruinosas. Sus puertas, abiertas de par
en par, semi caídas, revelaban enjambres de niños descalzos, sucios junto a ancianos sentados en
el suelo, todos ellos rodeados de moscas, una postal viviente de la desolación.
Eran más de las tres y media de la tarde cuando llegaron a Sevilla. La abuela de Rodrigo, al
verlo, lo recibió con una exclamación: - No me digas quién eres, solo con verte sé tú identidad. Tu
cara afilada, tu pelo castaño, y esa delgadez junto a tu esbeltez... ¡parece que estoy viendo a tu
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