Noviembre - Flipbook - Page 21
Revista cultural año 2025
RELATO:::l
M
Miguel Ángel Moral Quero
El día en que el cielo se abrió sobre Cabra
El amanecer tranquilo
Era 7 de noviembre de 1938. El amanecer en Cabra traía la rutina de cualquier día de
mercado. La bruma ligera cubría los tejados blancos y el sol empezaba a bañar el Paseo de
la Estación.
En la Plaza de Abastos, los pregoneros ofrecían sus productos con el mismo entusiasmo de
siempre. Pan recién horneado, frutas, pescado traído de madrugada. Mujeres con cestas
colgaban de los brazos, jornaleros aguardaban con sombreros en la mano a que alguien
los contratara. El murmullo era constante, como un río de voces que llenaba las callejas.
María, viuda joven con una hija pequeña, se abría paso entre la multitud. Su niña, Rosario,
la acompañaba aferrada a su falda. «Compraremos huevos, y si sobra, un poco de
bacalao», le decía. Era un día más, igual que tantos otros.
Un poco más arriba, en la Villa, Carmen, de ocho años, jugaba en la calle con una muñeca
de trapo. Su abuela la llamaba desde el balcón, pero la niña se resistía, corriendo de un
lado a otro. Las calles empedradas estaban vivas de risas infantiles.
Mientras tanto, en las Escuelas Pías, la Madre Superiora caminaba por el patio aún vacío.
En pocos minutos las niñas entrarían a clase. Observó el cielo despejado y respiró hondo,
agradecida por aquella mañana apacible.
A las 7:30, el rumor metálico de motores interrumpió la calma. Primero fue un zumbido
lejano, apenas un murmullo sobre las sierras. Algunos alzaron la vista con curiosidad.
«Serán aviones de paso», comentó un tendero. Nadie imaginaba lo que estaba por
suceder.
De pronto, tres sombras cruzaron el cielo a baja altura. Eran aviones veloces, con el fuselaje
brillante. Los Tupolev SB-2, conocidos como Katiuskas, venían cargados de muerte.
El rugido creció, desgarrando el aire. Y entonces, cayó la primera bomba.
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