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Revista cultural año 2025
El maestro, sin mirarlo, le dijo: ¿Cuánto lo siento, muchacho pero no puedo ayudarte, ya
que debo resolver primero mi propio problema. Quizás después& —Y haciendo una pausa
agregó— Si quisieras tú ayudarme a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y
después tal vez te podría ayudar?
Encantado maestro, —aceptó el joven a regañadientes, sintiendo que de nuevo era
desvalorizado y sus necesidades postergadas—.
Bien —continuó el maestro, y quitándose un anillo que llevaba en el dedo meñique de la
mano izquierda se lo dio al muchacho diciéndole—: Toma el caballo que está ahí fuera y
cabalga esta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es
necesario que obtengas por él la mayor suma de dinero posible, y no aceptes menos de
una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó al mercado, empezó a ofrecer el anillo a los
mercaderes que lo miraban con algo de interés hasta que el joven decía lo que pedía por
él. Cuando el muchacho mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le giraban la
cara y tan sólo un anciano fue lo bastante amable como para tomarse la molestia de
explicarle que una moneda de oro era demasiado valiosa como para entregarla a cambio
de un anillo. Con afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un recipiente
de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro y
rechazó la oferta.
Después de ofrecer la joya a todas las personas que se cruzaron con él en el mercado, que
fueron más de cien, y abatido por su fracaso, montó en su caballo y regresó.
Cuánto hubiera deseado el joven tener una moneda de oro para entregársela al maestro y
liberarlo de su preocupación, para poder recibir al fin su consejo y ayuda.
Entró en la habitación.
Maestro, —dijo.— lo siento. No es posible conseguir lo que me pides. Quizás hubiera
podido conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie
respecto del verdadero valor del anillo.
Eso que has dicho es muy importante, joven amigo, —contestó sonriente el maestro.—
Debemos conocer primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar el caballo y ve a
ver al Joyero. ¿Quién mejor que él puede saberlo? Dile que desearías vender el anillo y
pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que te ofrezca: no se lo vendas. Vuelve
aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa,
lo pesó y luego le dijo al chico:
Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya mismo, no puedo darle más de
cincuenta y ocho monedas de oro por su anillo.
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